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Y acá estamos… él del otro lado de la mesa tomando un café sin azúcar, y yo un mate cocido con leche tibio. Mirennos. En silencio, cada uno metido en su desayuno, nunca mirándonos. La elección de la infusión ya puede darles un indicio de lo completamente diferentes que somos. Él es el fuerte, el macho, con el que nadie se mete, el que defiende sus ideales a muerte. Yo soy el que le sigue la corriente, el que no puede sostener una opinión propia, el inseguro, sin carácter… ¿Qué es lo que hacemos juntos?
Nuestra relación no es más que yo sometiéndome a todo lo que él quiera que hagamos, a sus retos, a sus malas miradas, dejando de lado mis gustos; y el teniéndome que decir todo el tiempo qué hacer como si fuera mi padre, siempre bancándose mis planteos infantiles. Ninguno la pasa bien estando con el otro, y sin embargo acá andamos.
Hacemos el amor casi por compromiso. Exclusivamente porque el cuerpo nos pide, de vez en cuando, satisfacción carnal. Los únicos besos que nos damos son en los labios, en forma de saludo. ¿Caricias? No las conocemos. ¿Abrazos? Ehm, mejor los evitamos. Desayunamos y cenamos juntos, la merienda sólo a veces es compartida, el almuerzo nunca. Nuestra vida es muy estructurada porque así lo quiere él y así o acepto yo. Igualmente no me siento sometido, porque yo elijo esto.
No es dificultoso de ver que no soportamos la convivencia. A la vista está que nos desagradamos. La presencia de otro nos incomoda y la pasamos mal. Siempre supimos que lo nuestro no funcionaría, seguro lo sabemos desde antes de empezar nuestra relación. Pero así y todo la empezamos. Y si bien al principio también la pasábamos mal, había unos pequeños momentos de felicidad compartida que ya no hay.
En reiteradas ocasiones lo charlamos (bah, si esas discusiones cargadas de violencia podrían llamarse charlas): lo nuestro no da para más, e incluso nunca dio para nada. Somos conscientes de que debemos separarnos, pero no lo hacemos.
Antes creía que lo que nos unía era el amor… ¡Qué iluso! Nosotros nunca nos amamos, y nunca estuvimos unidos. Pocas cosas en la vida son tan absurdas como nuestro matrimonio, y así y todo seguimos acá sin ninguna necesidad de estarlo. Ambos sabemos que económicamente estamos muy bien, y tranquilamente podríamos seguir nuestras vidas por separado. ¿Entonces es el miedo? ¿El miedo a qué? ¿A la soledad? Si ya estamos en soledad, distantemente cerca. ¿Al qué dirán? ¡Por favor! Somos una pareja homosexual, sabiendo cómo está vista por gran parte de la sociedad nuestra orientación. ¿Es por comodidad? Desde ya les aclaro que vivir así no es vivir cómodo, además de tener en cuenta de que ambos somos personas activas, sin miedo al cambio.
Con el tiempo me di cuenta… me di cuenta de qué eso que nos mantiene juntos. Me di cuenta de que de todas nuestras diferencias, tenemos algo en común: no sabemos hacer uso de nuestra libertad. Claramente no sabemos. Si supiéramos nunca nos hubiéramos elegido. Pero no sabemos. Y nos elegimos. Y nos volvemos a elegir, porque no sabemos.
Nuestra relación no es más que yo sometiéndome a todo lo que él quiera que hagamos, a sus retos, a sus malas miradas, dejando de lado mis gustos; y el teniéndome que decir todo el tiempo qué hacer como si fuera mi padre, siempre bancándose mis planteos infantiles. Ninguno la pasa bien estando con el otro, y sin embargo acá andamos.
Hacemos el amor casi por compromiso. Exclusivamente porque el cuerpo nos pide, de vez en cuando, satisfacción carnal. Los únicos besos que nos damos son en los labios, en forma de saludo. ¿Caricias? No las conocemos. ¿Abrazos? Ehm, mejor los evitamos. Desayunamos y cenamos juntos, la merienda sólo a veces es compartida, el almuerzo nunca. Nuestra vida es muy estructurada porque así lo quiere él y así o acepto yo. Igualmente no me siento sometido, porque yo elijo esto.
No es dificultoso de ver que no soportamos la convivencia. A la vista está que nos desagradamos. La presencia de otro nos incomoda y la pasamos mal. Siempre supimos que lo nuestro no funcionaría, seguro lo sabemos desde antes de empezar nuestra relación. Pero así y todo la empezamos. Y si bien al principio también la pasábamos mal, había unos pequeños momentos de felicidad compartida que ya no hay.
En reiteradas ocasiones lo charlamos (bah, si esas discusiones cargadas de violencia podrían llamarse charlas): lo nuestro no da para más, e incluso nunca dio para nada. Somos conscientes de que debemos separarnos, pero no lo hacemos.
Antes creía que lo que nos unía era el amor… ¡Qué iluso! Nosotros nunca nos amamos, y nunca estuvimos unidos. Pocas cosas en la vida son tan absurdas como nuestro matrimonio, y así y todo seguimos acá sin ninguna necesidad de estarlo. Ambos sabemos que económicamente estamos muy bien, y tranquilamente podríamos seguir nuestras vidas por separado. ¿Entonces es el miedo? ¿El miedo a qué? ¿A la soledad? Si ya estamos en soledad, distantemente cerca. ¿Al qué dirán? ¡Por favor! Somos una pareja homosexual, sabiendo cómo está vista por gran parte de la sociedad nuestra orientación. ¿Es por comodidad? Desde ya les aclaro que vivir así no es vivir cómodo, además de tener en cuenta de que ambos somos personas activas, sin miedo al cambio.
Con el tiempo me di cuenta… me di cuenta de qué eso que nos mantiene juntos. Me di cuenta de que de todas nuestras diferencias, tenemos algo en común: no sabemos hacer uso de nuestra libertad. Claramente no sabemos. Si supiéramos nunca nos hubiéramos elegido. Pero no sabemos. Y nos elegimos. Y nos volvemos a elegir, porque no sabemos.
Florencia Di Sanzo
