Un bosque enérgicamente callado deslumbraba la vista de cualquiera que se asomase al balcón. La luna reflejada en la copa de los arboles, convertía el peligroso sitio en una pintura sacada de la mente del artista más prodigioso. El castillo, iluminado por sus antorchas y su siempre despierta servidumbre, esperaba con las puertas cerradas.
Dentro de la tenebrosa arboleda, una figura avanzaba lenta y constantemente. Mullida en la oscuridad, sus pasos no hacían ningún ruido. Fuese lo que fuese, conocía el terreno como un animal persiguiendo a su presa. La presencia de un león o de un gorila, emanaban de la figura sin su consentimiento. A cada paso, su increíble presencia, ocultada por su furioso silencio, alertaban a las criaturas de la cercanía, que se alejaban despavoridas de la zona. Algo malo, algo peligroso, algo que no estaba bien, se acercaba.
Por fin, un claro de luna iluminó a la figura envuelta en sombras, mientras esta se acercaba a una corriente de agua para saciar su sed. Las robustas y grandes manos se extendieron en el agua, tratando de detener sobre si tanta como pudiesen, y en ese momento la criatura ojeó el reflejo en el río cristalino.
Una barba rojo oscuro dio color a la imagen, envolviendo el rostro de un hombre adulto. Su cabellera bordó como su espíritu caía sobre sus hombros, tapando sus pequeñas orejas, y dejando mechones mojados por el agua. Varias arrugas envejecían las expresiones y facciones duras del extraño. Sus ojos amarillos, como los de su hijo, denotaban una carga en sus hombros que ningún humano sería capaz de llevar solo.
Varios minutos miró el hombre su reflejo, casi perplejo ante el descubrimiento de su propia existencia, de su apariencia descuidada. Súbitamente, y con ira, sacó una de los puños, que utilizó luego para golpear la imagen. Esta se desvaneció entre gotas y la tierra alojada en su piel.
Continuó bebiendo en grandes y prolongados sorbos. Una mirada completamente estática, muerta, en sus ojos, acompañó la actividad. Cuando por fin saciado, se levantó, sacudióse su negra armadura perfectamente acoplada al cuerpo, y colgó de su hombro el pequeño casco, dejando los largos y curvados cuernos defendiendo su lado derecho.
Al escuchar un ruido en las cercanías giró bruscamente, aún sin producir ningún sonido, y tras definir de dónde se produjo el sonido, se dispuso a acercarse a un árbol cercano.
O los restos de lo que alguna vez lo fue. En la mitad inferior, que todavía se mantenía en pie, descansaban plácidamente dos enormes hachas, una roja y la otra de un plateado brillante. Ambas clavadas a cada lado del tronco, despedían un brillo casi ancestral, quizás por las escrituras sobre las mismas, quizás por el irregular gran tamaño, quizás por algo más.
El hombre las tomó con sumo cuidado sin presentar ninguna dificultad, y comenzó a caminar en dirección al jaleo generado. Algo pareció detenerlo en el lugar, dejándolo absorto en sus pensamientos.
— ¿Para esto lo abandonaste?
Silencio.
— Lo dejaste solo, a sus anchas, para que crezca por su cuenta, sin posibilidad de saber cómo era su familia, le privaste un futuro brillant…
— ¡Ya tuvimos esta charla mil veces Lila! — Espetó el pequeño hombre de repente. La brusquedad no pareció imponerse a la voz contrincante.
— ¡Estás cazando presas que apenas oponen resistencia, estás apenas prolongando el momento de tu muerte! ¡Si estuvieras con él lo podrías hab…
— ¡Moriste Lila! ¡Estás muerta! ¿Lo entendés? — El rostro de la mujer pareció palidecer aún más unos segundos — Porque parece que no, pero yo sí… Yo tengo que vivir con esa carga todos los días, fue mi culpa, fue la culpa de ellos pero también fue mi culpa, y no se como enmendarlo…
El tumulto, ahora un poco más fuerte, volvió a resonar a varios pasos de ellos.
— Tras la guerra volví a casa, a nuestra casa, abrí la puerta… y lo ví, y te ví… Yo no pude, es igual a vos, desde su mirada hasta su temperamento, es el vivo reflejo de tu persona, y cada vez que lo escuchaba o veía, me acordaba de vos, yo no pude con eso… Y él no se merecía que yo le arremetiese esa carga…
— Mirate hablar… Tan patético y arrogante, sintiendo tanta pena por vos mismo, ¡Ese no es el hombre con el que me casé! —La ira y el dolor reflejados en su voz— Él era un guerrero, un guardián, un hombre que no se detenía ante nada y siempre respetaba su palabra, alguien de honor en quien se podía confiar, pero por sobre todo, un gran padre..
— Bueno, pues ya no soy esa persona — Dijo comenzando a correr — El tiempo pasa, quizás para vos no, y la gente cambia, la historia pide su parte, y algunos tenemos que pagar con nuestra propia piel — Sus últimas palabras se vieron tapadas por el desgarrador sonido de sus hachas cortando el cuello del gigante y enfadado oso.
Varias horas pasaron, el hombre caminó casi sin rumbo, bañado en la sangre de su presa que aun goteaba de sus armas, cuando por fin habló.
— Quizás no sepa como enmendarlo, pero se quien me puede ayudar a descubrirlo… Aún no abandoné todo por lo que he peleado, este no es el fin.
Una sonrisa asomó el rostro de su acompañante.
— Sabes… Él te está buscando, si en verdad se parece tanto a mí, no va a parar hasta conseguir lo que quiere…
— Que me busque, lo estaré esperando, cuando el tiempo llegue habré cambiado una vez más, quizás para mejor, quizás no — Las sombras envolvieron sus tristes ojos, mientras sus piernas avanzaban por el improvisado puente.
Del pintado bosque, un hombre, llamado por la realeza, se aproximó entre los arbustos, y se adentró en la fortaleza persiguiendo su prometido futuro.
Dentro de la tenebrosa arboleda, una figura avanzaba lenta y constantemente. Mullida en la oscuridad, sus pasos no hacían ningún ruido. Fuese lo que fuese, conocía el terreno como un animal persiguiendo a su presa. La presencia de un león o de un gorila, emanaban de la figura sin su consentimiento. A cada paso, su increíble presencia, ocultada por su furioso silencio, alertaban a las criaturas de la cercanía, que se alejaban despavoridas de la zona. Algo malo, algo peligroso, algo que no estaba bien, se acercaba.
Por fin, un claro de luna iluminó a la figura envuelta en sombras, mientras esta se acercaba a una corriente de agua para saciar su sed. Las robustas y grandes manos se extendieron en el agua, tratando de detener sobre si tanta como pudiesen, y en ese momento la criatura ojeó el reflejo en el río cristalino.
Una barba rojo oscuro dio color a la imagen, envolviendo el rostro de un hombre adulto. Su cabellera bordó como su espíritu caía sobre sus hombros, tapando sus pequeñas orejas, y dejando mechones mojados por el agua. Varias arrugas envejecían las expresiones y facciones duras del extraño. Sus ojos amarillos, como los de su hijo, denotaban una carga en sus hombros que ningún humano sería capaz de llevar solo.
Varios minutos miró el hombre su reflejo, casi perplejo ante el descubrimiento de su propia existencia, de su apariencia descuidada. Súbitamente, y con ira, sacó una de los puños, que utilizó luego para golpear la imagen. Esta se desvaneció entre gotas y la tierra alojada en su piel.
Continuó bebiendo en grandes y prolongados sorbos. Una mirada completamente estática, muerta, en sus ojos, acompañó la actividad. Cuando por fin saciado, se levantó, sacudióse su negra armadura perfectamente acoplada al cuerpo, y colgó de su hombro el pequeño casco, dejando los largos y curvados cuernos defendiendo su lado derecho.
Al escuchar un ruido en las cercanías giró bruscamente, aún sin producir ningún sonido, y tras definir de dónde se produjo el sonido, se dispuso a acercarse a un árbol cercano.
O los restos de lo que alguna vez lo fue. En la mitad inferior, que todavía se mantenía en pie, descansaban plácidamente dos enormes hachas, una roja y la otra de un plateado brillante. Ambas clavadas a cada lado del tronco, despedían un brillo casi ancestral, quizás por las escrituras sobre las mismas, quizás por el irregular gran tamaño, quizás por algo más.
El hombre las tomó con sumo cuidado sin presentar ninguna dificultad, y comenzó a caminar en dirección al jaleo generado. Algo pareció detenerlo en el lugar, dejándolo absorto en sus pensamientos.
— ¿Para esto lo abandonaste?
Silencio.
— Lo dejaste solo, a sus anchas, para que crezca por su cuenta, sin posibilidad de saber cómo era su familia, le privaste un futuro brillant…
— ¡Ya tuvimos esta charla mil veces Lila! — Espetó el pequeño hombre de repente. La brusquedad no pareció imponerse a la voz contrincante.
— ¡Estás cazando presas que apenas oponen resistencia, estás apenas prolongando el momento de tu muerte! ¡Si estuvieras con él lo podrías hab…
— ¡Moriste Lila! ¡Estás muerta! ¿Lo entendés? — El rostro de la mujer pareció palidecer aún más unos segundos — Porque parece que no, pero yo sí… Yo tengo que vivir con esa carga todos los días, fue mi culpa, fue la culpa de ellos pero también fue mi culpa, y no se como enmendarlo…
El tumulto, ahora un poco más fuerte, volvió a resonar a varios pasos de ellos.
— Tras la guerra volví a casa, a nuestra casa, abrí la puerta… y lo ví, y te ví… Yo no pude, es igual a vos, desde su mirada hasta su temperamento, es el vivo reflejo de tu persona, y cada vez que lo escuchaba o veía, me acordaba de vos, yo no pude con eso… Y él no se merecía que yo le arremetiese esa carga…
— Mirate hablar… Tan patético y arrogante, sintiendo tanta pena por vos mismo, ¡Ese no es el hombre con el que me casé! —La ira y el dolor reflejados en su voz— Él era un guerrero, un guardián, un hombre que no se detenía ante nada y siempre respetaba su palabra, alguien de honor en quien se podía confiar, pero por sobre todo, un gran padre..
— Bueno, pues ya no soy esa persona — Dijo comenzando a correr — El tiempo pasa, quizás para vos no, y la gente cambia, la historia pide su parte, y algunos tenemos que pagar con nuestra propia piel — Sus últimas palabras se vieron tapadas por el desgarrador sonido de sus hachas cortando el cuello del gigante y enfadado oso.
Varias horas pasaron, el hombre caminó casi sin rumbo, bañado en la sangre de su presa que aun goteaba de sus armas, cuando por fin habló.
— Quizás no sepa como enmendarlo, pero se quien me puede ayudar a descubrirlo… Aún no abandoné todo por lo que he peleado, este no es el fin.
Una sonrisa asomó el rostro de su acompañante.
— Sabes… Él te está buscando, si en verdad se parece tanto a mí, no va a parar hasta conseguir lo que quiere…
— Que me busque, lo estaré esperando, cuando el tiempo llegue habré cambiado una vez más, quizás para mejor, quizás no — Las sombras envolvieron sus tristes ojos, mientras sus piernas avanzaban por el improvisado puente.
Del pintado bosque, un hombre, llamado por la realeza, se aproximó entre los arbustos, y se adentró en la fortaleza persiguiendo su prometido futuro.