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    ¡Tierra a la vista! Tema: tormenta.

    milosea
    milosea


    Mensajes : 9
    Fecha de inscripción : 14/01/2016
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    ¡Tierra a la vista! Tema: tormenta. Empty ¡Tierra a la vista! Tema: tormenta.

    Mensaje por milosea Mar Abr 05, 2016 12:31 am


    "La razón por la que vine:
    el naufragio y no la historia del naufragio
    el objeto en sí mismo y no el mito.
    (...)
    Este es el lugar.
    Y aquí estoy yo, la sirena con cabello oscuro
    en ondas negras, el tritón con su armadura.
    Circundamos silenciosamente
    el naufragio
    buceamos hacia la bodega.
    Yo soy ella: yo soy él
    "Adrienne Rich

    Aún después de tanto tiempo, no pude recolectar las palabras exactas para describir el primer encuentro con aquel ser que desencadenó mi desaparición de mi mundo, donde la realidad estaba en cada respirar y lo mistico no era algo habitual. Aquel mundo que después de tanto tiempo, por fin había regresado a él. Aunque aún no era capaz de reconocer mis piernas como propias y comenzar andar con ligereza como tanto anhelaba.

    En las profundidades, por donde me encontré por tanto tiempo, no hay buen uso del diccionario y perdimos la habilidad de conversar con nuestra voz o de escuchar otra. Hay otras técnicas de comunicación más extrañas. Así que tendrás que disculparme sino logras entender por qué no mantuve resistencia en el momento que sus manos suaves (posiblemente desde siempre habían sido garras, pero así las había visto en su primer momento) agarraron mi remera suelta y me llevaron al fondo de aquel rio marrón, poco esperanzador, a recuperar su color claro y puro. Pero haré mi mayor intento para explicarte sobre ella, para que comprendas que hago tirada en tu muelle.

    Las señales de que en aquel rio sucedía algo raro vinieron antes de la tormenta. Quizás deberíamos habernos ido de aquella casa de verano apenas notamos que una de las manchas del techo de la cocina cambió de lugar al menos cuatro veces, o nos tendría que haber llamado la atención que nadie era capaz de querer estar solo en alguna de las siete habitaciones de la casa que habíamos alquilado, como si nuestro instinto quisiera decirnos algo. Pero eramos jóvenes, y nos reíamos de nuestro desafortunado hospedaje. Pecamos de inocentes, de arrogantes modernos, y creímos que con un poco de guitarras, fuego y buenas charlas estaríamos bien. No supimos notar cómo, de alguna manera, el aire chocaba de forma diferente en los arboles de nuestra parte de la isla, al menos a comparación con el territorio del vecino. No supimos, no quisimos ver, que en aquella casa donde fuimos tan felices en realidad había una energía distinta que poco tenía de un especial magnifico sino terrorífico. Sólo quisimos quedarnos con la parte donde sentíamos la libertad tan cerca al tener nuestras primeras vacaciones como jóvenes adultos sin la presencia de ningún padre. No le dimos demasiada atención a las marcas de garras alrededor de la casa maltratada, del muelle y aquellos pasos en la madera húmeda que todos podíamos oír a la noche pero preferíamos abrazar a quien teníamos al lado antes de hacer algo al respecto como correr de allí. Sí, claro que sí. Tuvimos indicios de que algo estaba ocurriendo en ese lugar, mucho antes de que viniera la tormenta que casi inunda la casa. Mucho antes de aquella noche donde desaparecí.

    Ocurrió el cuarto día. Sin embargo, yo había estado desde el primer día un poco obsesionada con aquel muelle con maderas poco resistentes. Algo me atraía, haciendo que apenas me levantara quisiera sentarme en él a tomar mi té de hierbas esperando que alguien se despierte y me acompañe con una guitarra o un poco de azúcar (nunca le ponía el suficiente a mi desayuno). Al principio a todos le parecía divertido e incluso compartían esta curiosidad. Logré que los dos primeros días llegadas las cuatro de la tarde nos acostáramos en el muelle, miráramos hacia el rio, y notáramos qué tan tranquilo era todo allá abajo, dónde no podíamos ver por lo oscuro del agua. Supongo que allí también se encontraba la otra pista: todo era tan tranquilo que parecía aquel clima antes de una tormenta donde inevitablemente ocurriría algo espantoso luego. Todo estaba tan quieto que los demás sólo podían tolerar ver el rio marrón por unos quince segundos; se sentían presionados, asfixiados ante esa extraña paz, y en cambio yo había llegado a dedicar una hora al dia a mi pequeña obsesión.

    Recuerdo que no me daba cuenta pero buscaba algo. Esperaba algo. Tácitamente había establecido que me acostaría a ver el agua correr hasta que unos ojos verdes (que había soñado el segundo día) vinieran a mi rescate. ¿Estaba en peligro? Claro que no, de hecho nunca había estado tan bien. Sin embargo, algo en aquel sueño, donde una mujer me guiaba al rio con sus característicos ojos, me hacía querer estarlo, me hacía creer que estaba en peligro y sólo entre sus brazos extraños pudiera estar a salvo. Creía que aquel ser inmortal sólo aparecería en situaciones de emergencia y por ende deseaba con todas mis fuerzas estar en una así podría encontrarla.

    Tan equivocada no estaba, tan sólo erré en aquella parte donde estaría a salvo con su presencia. El cuarto día, donde la lluvia empezó a aparecer de a poco, primero haciendo que la tomemos como un juego y luego al ponerse más fuerte haciendo que nos preocupáramos, sentí que alguien estaba en el muelle mientras nosotros estábamos en la casa de la isla intentando reír de nuestra mala suerte. Conté con preocupación a mis amigos y los números daban bien, no faltaba ninguno. Sin embargo, podía sentirlo. Y tenía razón.

    En aquellas maderas ya ocultas por el agua que había subido se encontraba una figura en peligro. Pero no era capaz de comunicárselo a nadie, no quería, como si algo me estuviera gritando por dentro que sea egoísta y me lleve todo el crédito para mí, al salvar a aquel ser.

    ¿Hace falta que siga? Tan sólo logré escapar de las miradas de mis amigos y me alejé con cautela de la habitación donde estábamos todos reunidos. Ignorando que allá afuera estaba todo realmente oscuro, salvo por aquellos rayos que a veces aparecían por el cielo (o alguna luz más extraña) salí de la casa y me encontré a metros de ella. Sus ojos verdes resaltaban entre todo el caos, y la sensación de que el mundo se estaba cayendo fue rápidamente borrada, olvidada. Tenía que salvarla y sacarla de allí. Estaba empapándose y la mitad de su cuerpo estaba hundido como el resto del “patio”. “¿Estás agarrada a algo?” le pregunté, no como si el hecho de que lo estuviera me haría reconsiderar ir a salvarla, sino para prepararme si tuviera que desenredarla de algún cable o restos de soga de algún lugar. Sin embargo, sus ojos se movieron en la oscuridad con gesto negador y estiró su mano blanca, ¿o era gris?. ¿Cómo podrías entender que con ese pequeño movimiento a mí no me hubiera importado incluso nadar un mar entero con la simple posibilidad de que ella saliera de aquel rio que la mantenía atrapada? ¿Cómo? Al menos sin que me llamaras loca, delirante. Te aseguro que te hubieras sentido igual. Es que aquella mujer (como supongo te habrás dado cuenta) no era un ser natural y corriente. Era nada más y nada menos que la dueña de aquel rio. Lejos estaba de querer ser salvada. Lo que deseaba era que tocara con mis pies el agua, que le diera mi vida al rio. Y tal como deseó, sin preguntarlo dos veces, empecé a sumergir mi cuerpo con la intención de agarrar el suyo y retirarlo de aquel lugar que, creía, la retenía.

    En mi imaginación yo la sacaba del agua desnuda y la metía adentro de la casa, ofreciéndole abrigo, comida y un baño caliente. Sin embargo, ella agarró mi rostro con unas manos suaves, transformadas en garras velozmente, y comenzó a rasgar mi piel hasta bajar a mi pecho. Jamás creí que un dolor pudiera ser tan dulce. Parecía estar buscando algo perdido y yo creí que era absurdo buscar algo que debía estar desde siempre en la palma de sus manos.

    Lo demás es historia. He vivido en las profundidades desde entonces, olvidando cosas, volviendo a recordarlas, queriendo buscarlas pero viéndome incapaz de salir de la cárcel en donde me encontraba. No lo pensé bien, claro que no. ¡No podía pensar cuando me sumergí en las profundidades!. Mis piernas ya no existían, mi cuerpo ya no era ni parecido al de un humano. Cuando me di cuenta con qué ser me había topado, ya era muy tarde para volver al lugar que tanto amé sin darme cuenta: la tierra.

    No se aún cómo llegué a conseguirlo, no sé cómo llegué hasta aquí. Sólo sé que ayer, después de muchos años, las aguas volvieron a inundar las costas y sus ojos verdes me miraron con tristeza, despidiéndome en un puerto lejano al de ella. A la tarde del otro día desperté desnuda en este puerto desconocido.

    Lo siento si te he asustado o te ha impresionado mi piel lastimada y con restos de escamas. Lo siento verdaderamente porque no puedes ni imaginarte lo feliz que me encuentro de estar aquí, aún en esta situación tan patética. Siempre había sido una persona que se consideraba a sí misma una marinera, deseosa de viajar en el mar como los piratas, tocando de vez en cuando puertos ajenos pero siempre volviendo a las aguas. Pero ahora mismo, sin ser capaz siquiera de caminar porque no recuerdo cómo se usaban las piernas, no puedes imaginar lo contenta que estoy.

    No imaginas lo bello que es volver a tocar tierra firme.




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